Las ciudades son lugares llenos de gente y vacíos de humanidad. Nos sentimos solos y deprimidos ante tanto edificio, tantos vehículos, tanto ruido, tanta soledad. Somos muchos pero estamos solos. Pero entre tanta soledad hay Alguien que camina junto a nosotros. Que nos escucha. Nos comprende. Nos ama. Siente nuestras soledades y depresiones. Alguien lo llamó PADRE y nos invitó a que le conversáramos, le contáramos nuestras angustias y nuestras penas para que se puedan convertir en alegrías y esperanzas. Te invito a que converses on nuestro Padre Dios de una forma distinta, poco convencional, la de rezar por la calle y no en el templo, la de sentir la alegría de vivir de cada día, la de conversar con Alguien que nos escucha y ama. Alguien que es Padre. Y Amigo. Y Compañero del Camino de la Vida.
Ahora Señor
“Ahora, Señor, comprendo la necesidad de volver a ti;
ábreme la puerta, porque estoy llamando;
enséñame el camino para llegar hasta Ti.
Sólo tengo voluntad;
sé que lo caduco y transitorio debe dejarse
para ir en pos de lo seguro y eterno.
Esto hago, Padre, porque esto sólo sé y todavía no
conozco el camino qué lleva hasta ti.
Enséñamelo tú, muéstramelo tú, dame tú la fuerza para el viaje.
Si con la fe llegan a Ti los que te buscan, no me niegues la fe;
si con la virtud, dame la virtud; si con la ciencia, dame la ciencia.
Aumenta en mí la fe, aumenta la esperanza, aumenta la caridad.
¡Oh cuán admirable y singular es tu bondad!
(San Agustín, Soliloquios I,3)
Descubriendo el Siglo 21
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