La palabra “Amén” la encontramos por primera vez en el primer libro de las Crónicas: Alaben al Señor porque es bueno.
Porque es eterna su misericordia.
Digan: Sálvanos, Señor, Dios nuestro, y júntanos de entre las naciones, a fin de celebrar tu nombre santo y tener nuestra gloria en alabarte. Bendito sea el Señor, Dios de Israel, desde siempre hasta siempre: Que todo el pueblo diga: Amén. Aleluya.
Todo el pueblo contestó «Amén» y alabó a Yavé. (1Cron 16, 34-36) Me entró la curiosidad hace poco de contar las veces que usamos la palabra “Amén” ya sea en nuestro lenguaje con Dios o en nuestras oraciones que acaban siempre con esa antigua palabra.
Me di cuenta que son muchas las veces que la utilizamos, pero ¿Qué significa?, ¿De dónde proviene?, ¿Cuándo decirla?… Amén es una palabra aramea, de la lengua que hablaba Jesús, y significa la fuerza, la firmeza, la solidez, la estabilidad, la duración, la credibilidad, la fidelidad, la seguridad total… Y suele traducirse como “ASÍ SEA”.
En los tiempos de la Biblia cuando se hablaba en arameo si un hombre decía “Amén” quería decir que hablaba con seriedad.
Era casi un juramento. Desde niños se nos ha enseñado que cuando terminemos una oración digamos Amén, al hacerlo le estamos pidiendo a Dios que lo que dice e implica esa oración se haga realidad en cada aspecto de nuestra vida.
Pero no es tan simple, debemos estar conscientes de lo que estamos diciendo cuando la repetimos tanto.
Decir Amén implica un gran compromiso, es hacer una profesión de fe, es decirle a Dios que sí, que estamos de acuerdo con todo lo que Él nos dice, es repetirle una y otra vez que le vamos a ser fieles, es asegurar nuestra esperanza.
Es triste que al momento de orar es como si estuviéramos conversando con alguien y al terminar ya no es necesario seguir con esa conversación, porque ya dijimos amén. Recuerda que no es necesario estar en la iglesia de rodillas para conversar con el Señor, podemos hacerlo durante el día en nuestras tareas diarias.
El Amén es solamente el “así sea” y no el despedir o dejar de hacer lo que estaba haciendo, sobre todo cuando oramos.
“En efecto, todas las promesas de Dios encuentran su «sí» en Jesús, de manera que por él decimos «Amén» a Dios, para gloria suya.” (2Cor 1,20) – A ti que lees ésta pequeña reflexión: “Dios te bendiga”, creo que responderás con “Amén”.
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